Caño Cristales: “El río de los dioses” … obra majestuosa de la naturaleza

“Caño Cristales era como un dios al que cada quién llamaba por un nombre diferente, pero era el mismo dios majestuoso para todos…

CBP – Meta

Caño Cristales, es uno de los escenarios de ecoturismo más espectaculares de la Amazonía colombiana localizado en Parque Nacional Natural Sierra de la Macarena en el municipio de La Macarena, departamento del Meta.

Este lugar está lleno de historias construidas por las propias comunidades indígenas, por turistas y escritores como Humberto Molina, que entrega a los lectores de Colombia Belleza Pura, un relato literario sobre Caño Cristales que hace parte de su novela “El Día Del Jaguar”, una historia de la vida real.

 

“El río sagrado de los siete colores”

 … «Mi mente me llevó hasta ese privilegiado día de mi vida. Verme allí, ante semejante obra tan divina de la naturaleza, me produjo la sensación de agradecimiento al universo y a Dios por haberme permitido estar frente a una de sus más bellas creaciones. Estaba ante el río más hermoso del mundo. Yo, recién llegada, como foránea citadina me sentí halagada por esa divinidad natural, colmada de increíbles encantos de color, tan surrealista y tan exquisito como nunca imaginé que existiera un caudal natural de agua. Yo estaba de pie ante el río más bello del mundo, el río de los siete colores:

Caño Cristales

Su iris profundo salpicaba imperturbable la liquidez plácida de sus aguas, danzantes translucidas que me regalaban a la vista su fondo tupido de plantas Macarenias coloridas, matizadas con el esplendor acuático de su escala cromática, aguas multicolores que en la corta distancia serpenteaban vibrantes contra las laderas rocosas que las bordeaban. Esa maravilla estaba ahí, ante mis ojos. Allí estaba yo ante el río más bello del mundo, a espaldas de los antiguos tepuis que se vislumbraban especialmente abruptos, con sus cimas planas en el corazón de la Serranía de La Macarena, frente a paredes verticales de roca que hacían la corte a sus aguas increíblemente translúcidas, donde dormían como pasajeros perennes, enormes piedras que las cortaban. Yo estaba ahí, a pocos metros de donde nacía su maravillosa existencia. Era un lugar escarpado con paredes cóncavas rocosas y cuevas sorpresivas, con numerosas pinturas rupestres que a pesar del mundo arqueológico tan intuitivo en el que vivimos, seguían siendo vírgenes renuentes inexploradas. Estaba feliz. Me conmoví en su orilla. Caño Cristales estaba a mis pies y su multicolor belleza se extendía desde mi vista zigzagueando por las laderas hasta perderse en el horizonte, donde a decenas de kilómetros converge estrujado con violencia por las caudalosas aguas del Río Guayabero.

Mi mente me mostró que estaba allí. Me dejó ver la imagen de mí misma al zambullirme entre sus aguas trasparentes. Me puso ahí, en mi estado inconsciente como observadora en esencia. Estaba invadida por la emoción precoz más intensa de mi vida, como ferviente Bióloga novel, amante de la naturaleza. Estaba subyugada. Me vi entrar en su suave corriente. Nadaba como ninfa flotando por encima de su floridez multicolor, y sentía que estar allí en sus aguas translúcidas era como entrar en el mismo paraíso. Me vi serena y feliz entre su magia, bautizando mi espíritu con las pinceladas irisadas de su divina presencia. Nada me importaba. Era el río más bello del mundo y yo estaba entre sus aguas.

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El Parque Nacional Natural Sierra de la Macarena, reabrió las visitas para los turistas desde el pasado 18 junio.

Foto: Gabriel Rojas Manjares / Cortesía MINCIT

Caño Cristales es uno de los escenarios ecoturísticos más espectaculares de Colombia

Foto: Alejandro Calderón / Cortesía MINCIT

En las rocas en Caño Cristales se encuentran pinturas rupestres y sus habitantes cuentan leyendas como la de los “Tres espejos”

Foto: Dimas Franco

«El arco iris que se derritió en la selva»

En ese instante recordé todos los decires de los nativos serranos, sobre el río. Contaban que todos quienes llegaban para verlo, le bautizaban con adjetivos de su propio albedrío. Incluso, supimos por boca de indios y lugareños, que Caño Cristales tenía decenas de nombres dados por la diversidad de sus visitantes. Todos coincidían en querer exaltar lo exuberante de su belleza al bautizarlo, y cada aborigen, cada nativo, cada mujer indígena, o jefe indio, o cazador, o baquiano, pueblerino, anciana sabia, guía, anciano jefe, turista, soldado o guerrillero; lo llamaba de diferentes maneras. Caño Cristales era como un dios al que cada quién llamaba por un nombre diferente, pero era el mismo dios majestuoso para todos. Y ahí estaba incluido nuestro guía indígena Naqui de la tribu de los Sikuani, vetusto hombre que se decía que era el último heredero ancestral de la extinguida tribu de los Tiniguas.

Él se encargó de enumerar para nosotros, algunos de los nombres con los cuales a lo largo de los años habían bautizado a Caño Cristales. Aseguró que los indios de las tribus de la selva serrana le llamaban «El río de los dioses», y que, en otras tribus, oriundas de lo más profundo de la selva le llamaban «El río sagrado de los siete colores». Nos recordó también que algunos extranjeros casuales y más poéticos le decían: «El arco iris que se derritió en la selva». También nos contó que muchos europeos y forasteros de otras tierras americanas, admirados por su belleza incomparable concordaban en bautizarlo como «El río más hermoso del mundo». Sin lugar a dudas, Caño Cristales era un dios romántico para todos aquellos que podían llegar a conocerlo.

           

Caño Cristales, una paz paradisíaca     

        

Yo, con verlo en mi regresión, y vivir de nuevo el hecho maravilloso de sentir mi piel desnuda nadando entre su liquidez cristalina, como un extraordinario hecho a donde me había llevado mi mente, estaba feliz. Tuve la sensación que mi alma levitaba al verme a mí misma nadando entre sus aguas translúcidas. El estado en el que me llevó mi mente hasta esa imagen en Caño Cristales, me hizo experimentar una paz paradisíaca.

Sentí que después de entrar de nuevo en sus aguas mágicas y nadar sobre su lecho de siete colores, así fuera en meras sensaciones de remembranza como esta a la que me empujaba mi inconsciencia, como efecto de recopilación de vivencias, quizás en el umbral de mi muerte; ya no me importaba nada, ni siquiera morir aquí en esta hondonada de la serranía donde me había quedado entumecida ante el enorme Jaguar que estaba ante mí.

Vivir ese instante de nuevo, me hizo sentir que estaba en paz ante lo que viniera por mí, y me preparé para morir feliz con esa imagen divina de verme flotando entre sus aguas maravillosas. Me regodeé del sentimiento de estar dichosa y serena ante la proximidad de mi muerte, tanto, que creí que ya mi miedo terminaría por fin, y me preparé para el instante en el que se apagaría mi universo».

Por: Humberto Molina Cuestas 

Después de 45 años de ser creativo publicitario en las grandes agencias multinacionales de publicidad, y estar creando historias para comerciales de televisión, dónde planteaba una idea, un desarrollo y un final feliz relatado en 30”; decidió abandonar el barco de la publicidad. Desde hace más de una década, está dedicado a escribir novelas convertidas en libros, llenas de drama, suspenso, emoción e imaginación; con historias de vida real, otras fantásticas, otras de melodrama, todas plenas de trascendencia, amor y pasión por cada personaje que crea.

 

Fragmento de la novela «El día del Jaguar»
Encuentra los libros de Humberto Molina en Amazón.
Link de acceso directo a los libros del autor: https://cutt.ly/HyzQdFp

@Colombiabellezapura