Palenqueras, historia detrás de una palangana de frutas
Música de la región
Palenqueras, historia detrás de una palangana de frutas
Las mujeres de Palenque de San Basilio, a las que todo el mundo llama palenqueras, tienen una historia más allá de la palangana de frutas. Son descendientes de las primeras mujeres africanas que en las noches de la antigüedad huyeron de la impiedad del conquistador español y se refugiaron en la espesura de las ciénagas y los montes, más allá de la ciudad amurallada con sus guardias diurnos y nocturnos y sus llaves que cerraban por las noches la ciudad virreinal. Alumbradas por las lámparas de luna llena y el viento de las luciérnagas, fueron guiadas por Benkos Biohó, y en el peregrinaje de la resistencia trazaron mapas de fugas en su cabellera y guardaron semillas para erigir el palenque como un territorio y un bosque de libertad. Así que detrás del teclado blanco de su ancha sonrisa que da la bienvenida a la ciudad de Cartagena de Indias, en sus plazas que fueron bazares de la esclavitud, lo que late debajo de sus palanganas de frutas es una larga historia de sufrimiento, sacrificio, dignidad y resistencia. Jamás he escuchado y sabido que una palenquera haya sucumbido a la amenaza de la pobreza o las pestes que han asolado a la ciudad en cinco centurias. Son mujeres laboriosas, matriarcas del clan familiar, abnegadas, y con una sabiduría heredada que ha protegido por igual una lengua bantú ancestral que resistió el paso de los siglos y se mantiene viva entre todos sus habitantes, y es la segunda lengua que se habla después del español dentro y fuera de Palenque. Tienen un espíritu de entrega a su familia y por ella trabajan de sol a sol, sin perder la gracia y el espíritu de una sabia, aguerrida e invencible alegría.
Cuando alguien muere entre los suyos, ellos sanan el dolor con una danza ritual y unos cantos con tambores, el legendario Lumbalú en el que más allá de los nueve días y nueve noches de velorios, la comunidad asiste a los deudos con alimentos, manjares de la tierra, bebidas, enyucados, alegrías con coco y anís, y ese abrazo quiebracostillas que nunca falta y esa ternura que tiene el cantaíto palenquero que es capaz de restaurar de las cenizas los espíritus que han sufrido una pérdida. La solidaridad es entendida entre ellos como la única salvación comunitaria, la acción solícita sin esperar compensaciones, el gesto de entrega es ya un premio. Ninguna palenquera se ha prostituido ni feriado, en ningún momento de la historia. Mantienen la altivez de unas diosas bantúes, caminan como danzando, como si una palmera estuviera sometida al vaivén del viento, y al hablar es como si una música susurrara prodigios a flor de labios. Hoy uniformadas con los colores de la bandera nacional, en el Centro histórico de Cartagena de Indias, ellas mismas encarnan un patrimonio vivo de la cultura cartagenera y palenquera. Llevan el peso del mundo sobre sus cabezas y un cielo de frutas estalla en el brillo plateado de sus palanganas. Estas heroínas invisibles e insoslayables, son la imagen grata y conmovedora de Cartagena de Indias, en sus baluartes y horizontes cerca al mar.
Cuando una palenquera sonríe el mundo se reconcilia con aquellas mujeres antiguas que en sus cabellos llevaban el mapa de fuga y la semilla de la libertad.
Por: Gustavo Tatis
Cartagena
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